Edimburgo recuerda a una ciudad de cuento. Una bonita postal de navidad, o… según como se mire… una novela negra de Edgar Allan Poe. Tiene esa esencia de lugar mágico, con las calles empedradas, las coloridas tiendecitas de recuerdos salpicando los históricos edificios, acogedores cafés… pero a la vez tiene ese halo misterioso, con oscuros y tenebrosos callejones, los numerosísimos «closes«, empinadas y húmedas escaleras para salvar los desniveles, placas y fuentes recordando a brujas, estatuas, leyendas… por no hablar del subterráneo mundo secreto y fantasmal.
Con una curiosa orografía, la ciudad vieja está sobre una colina alargada, con el castillo en lo alto, y a sus pies se abren dos valles, la Cowgate Street en la vertiente sur, antigua cañada de ganado, y el Princes Street Garden y la Waverley Station hacia el norte, que abren la ciudad nueva hacia el puerto. Ambas vaguadas se salvan con algunos puentes, George IV Bridge, The Mound, North Bridge y South Bridge, bajo el cual sobreviven entre casas construidas encima, las bóvedas del antiguo puente, que se dicen están encantadas y se pueden visitar. Todo esto puede resultar complejo y confuso para moverte u orientarte, hay constantes subidas y bajadas, puentes, túneles, calles empinadas, escaleras y pasadizos a modo de atajo. Incluso más allá de las cuadriculadas calles de la New Town, desde George Street en dirección Stockbridge o el Royal Botanic Garden, las calles vuelven a ser de bajada. Otra vez otro valle. En fin, que la superficie de Edimburgo casi parece una patata Ruffle.
Las dos calles más bonitas, a mi modo de ver, son las dos empinadas y en curva. La Victoria Street sube hacia el castillo desde Grassmarket, y la Cockburn Street lo hace desde la estación hacia la Royal Mile. Cada una por un lado de la colina. Las dos cuentan con tiendas preciosas y tienen un encanto especial.
La parte nueva no podría entenderse sin Princes Street, principal arteria comercial de la ciudad, donde se encuentran todas las marcas internacionales y dominada por dos moles, el desproporcionado Scott Monument y el impresionante y majestuoso Hotel Balmoral, con el llamado Big Ben escocés. La George Street es más elegante, tiene buenos hoteles, restaurantes de lujo y tiendas más selectas. La peatonal Rose Street tiene pequeños cafés y boutiques más independientes. Multrees Walk, junto a St Andrew Square, alberga las tiendas más caras de la ciudad. Al extremo oriental se levanta otra colina, Calton Hill, con varios monumentos, y con una de las mejores vistas para contemplar la puesta de sol.
Destaco tiendas como Mr. Fossils, Museum Context, Miss Katie Cupcake, Eden, cafés como Edinburgh Press Club, Fortitude, The Milkman, Procaffeination, Urban Angel o los deli Hendersons y Valvona & Crolla. Como curiosidad, las antiguas casetas de madera de la policía reconvertidas en pequeños cafés o en puestos de comida para llevar.
En Navidad todo luce más. El enorme mercado con atracciones, casetas, vino caliente, la pista de patinaje sobre hielo en St Andrew Square, la calle de luz en George Street, los adornos, la estrellas, las guirnaldas. Eso sí, todo abarrotado de gente hasta la bandera a pesar del intenso frío.
Mi opción de alojamiento fue el Ibis Edinburgh Centre South Bridge, sencillo como todos los Ibis, pero a medio minuto de la Royal Mile y con toda la ciudad al alcance de la mano.
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