Enclavado en el distrito de Levante y a dos pasos de la fachada marítima, este histórico barrio palmesano, donde las huellas del pasado industrial parecen convivir con la mala fama adquirida en los últimos años, cuenta con multitud de rincones con encanto por descubrir. Callejeando un poco por la Soledat Sud, se pueden admirar las típicas construcciones del ensanche palmesano de casas de 2 pisos con patio trasero, con persianas mallorquinas y coloridas fachadas labradas, que no tienen nada que envidiar a las famosas y codiciadas viviendas de Santa Catalina, el otro barrio industrial de la ciudad. Los limoneros asoman por los muros, los gatos toman el sol en las calles, la campana de la iglesia toca y los niños juegan en las puertas de sus casas. Todo evoca a un pequeño y tranquilo pueblo.
Hasta la mitad del siglo XX grandes e importantes industrias hicieron florecer el barrio, la fábrica de textil y mantas de Can Ribas, o Zapatos Salom, creadores de los conocidos zapatos Gorila, reunían a cientos de trabajadores que también residían en el barrio. Hoy sólo quedan enormes edificios abandonados, las altas chimeneas o la caldera de vápor en un callejón. Por suerte parece que el barrio se resiste a seguir hundiéndose y ya existen planes municipales para reavivarlo.
Los murales de Soma abundan en la zona, que se ha convertido en una especie de lienzo en blanco para la creatividad de artistas urbanos.
Arquitectura pintoresca mezclada con abandono y degradación.
Si se aprovecha el tirón del nuevo Palau de Congressos, La Soledat se podría abrir al mar con grandes parques o huertos.