De nuevo parto en ruta londinense, esta vez para repetir lo que me quedó deslucido por el mal tiempo en enero pasado, y para probar algunas de las joyas gastronómicas de la ciudad. Cuatro días (tres noches) en los que pienso exprimir al máximo el tiempo.
Jueves:
Tras un vuelo con Ryanair (48 euros ida y vuelta) llego a Stansted. Es alucinante cuando sobrevuelas Londres y distingues desde el avión todos los monumentos, los parques y las curvas del Támesis. De mi experiencia de las últimas veces, sin duda he aprendido que hay que llevar el pasaporte, las colas son infinitamente más cortas y más rápidas que las del DNI. El tren Stansted Express (30 euros ida y vuelta) me deja en 45 minutos en Liverpool Street y una vez salgo a la calle comienzo a notar el ajetreo de la gran ciudad. Gente caminando rápido de aquí a allá, tráfico,… Mucho sol y calor. 24 grados. Manga corta y sandalias. Me siento emocionada, hace muchos años que no estoy en Londres con buen tiempo, últimamente siempre ha sido en diciembre y enero, que también tiene su encanto, pero ya tenía ganas. En 5 minutos a pie siguiendo Middlesex Street me planto en el hotel, el nuevo Travelodge London City, recién inaugurado, nuevo, amplio y luminoso, impecable. 276 euros (3 noches) sin desayuno. Dejo las cosas y me lanzo a mi lugar favorito, Spitalfields Market. Compruebo que han hecho algunos cambios en la zona de comidas, algunos de los puestos que conocía en The Kitchens ya no están (por ejemplo Berber & Q…) pero hay otros con muy buena pinta. Está bien que vayan rotando, así tienes oportunidad de probar cosas diferentes. Estoy muerta de hambre y me pido en Flank un wrap de pita con una deliciosa carne deshilachada de ternera ahumada, col, pepinillo, cilantro, crema agria y salsa picante. Acompañado de un bol de extraordinariamente crujientes gajos de patata y alioli. 17 euros.
Paseo un poco por el mercado, miro los puestos, busco uno en concreto por un encargo, no lo encuentro… Cada jueves hay mercado especial vintage de cosas antiguas y de segunda mano. No están pues los puestos habituales. Salgo a ver las preciosas calles Fournier Street y Princelet Street, ambas con interesantes fachadas de pasado industrial. En esta zona se ruedan muchas películas, series y anuncios, aprovechando las características de las casas. Hay muchos grafitis y muchos grupos con guías que los van recorriendo.
De vuelta al hotel paso por un Tesco a comprar otros encargos y un par de cosas para tener en el hotel. Hago algunas fotos nocturnas y me retiro a descansar. Mañana me espera un gran día.
Viernes:
Amanece con mucho viento, las temperaturas han bajado hoy unos 7 grados, pero por suerte continúa el cielo despejado. Decido desayunar en el hotel. Tienen dos desayunos, uno completo con platos calientes por 10 euros y uno más sencillo con café, yogur, cereal, fruta y un bollo por 7 euros. No está mal, pero nada del otro mundo.
Me dirijo hacia las alturas. La última vez que estuve en Londres, el pasado enero, visité el Sky Garden, pero hacía tan mal tiempo que no tenían la terraza abierta y no se apreciaban las vistas. Con el día tan claro de hoy me decido a volver, sin reserva, porque además queda a sólo 10 minutos andando del hotel. En esta ocasión sí, la visita merece la pena, las vistas quitan el hipo. Hago muchas fotos. Me sorprendo de lo bajo que vuelan enormes aviones en su aproximación a Heathrow. Las siguientes paradas son un par de cafés de la City que ya tengo fichados. Uno de ellos dentro del edificio de la Bolsa, The Royal Exchange Grand Cafe. Mi gozo en un pozo pues están de obras y todo el patio interior está cubierto de paneles y andamios. Te ofrecen como alternativa el Grind en un lateral del edificio. Sigo pues hacia el otro, Host Café, en una iglesia del siglo XVII, St Mary Aldermary. Un lugar tranquilo, donde pasar un buen rato saboreando un buen café (2,80 euros), mirando alguna de las revistas y respirando paz. A tres minutos de allí vuelvo, también por segunda vez este año, a la terraza del One New Change, frente a la catedral de St Paul. Queda tan cerca que casi la puedes tocar, apreciar todos los detalles y hasta ver a los visitantes en lo alto de la cúpula. De nuevo impresionantes vistas sobre un despejado Londres. Paseo por la City, es tan fotogénica!!
Desde ahí cojo el metro (linea roja, Central, desde St. Paul’s hasta Oxford Circus) para plantarme en el lujoso y exclusivo barrio de Mayfair. ¿El motivo? Tengo reserva en Streetxo, el exitoso restaurante de Dabiz Muñoz en Londres. Qué nervios, qué emoción! Ocupa todo un edificio de tres plantas, en la planta baja la recepción, en el primer piso los baños, y el restaurante, como muy clandestino, en el sótano. A pesar de parecer al principio oscuro y claustrofóbico, está bien iluminado y enseguida te sientes a gusto. Me sientan en la barra, delante del equipo de cocineros trabajando. Una chica española me explica la carta y los cocktails. Me decido por el Express Lunch Menu, un sencillo menú de dos entrantes y dos platos principales por 25 libras (no llega a 30 euros). El jefe de cocina, italiano, canta las comandas a gritos y los cocineros, prácticamente todos españoles, empiezan a preparar los platos. Todo el mundo tiene su tarea, cada uno sabe lo que tiene que hacer, es una especie de desorden ordenado. Pido un cocktail «Virgin pineapple, slow roasted over coals» con zumo de piña, lima y una infusión de judías. Y van llegando los platos:
- «Usuzukuri-Carpaccio of Hamachi “Fish and Chips” with Ají Amarillo and Yuzuu«. Cuatro piezas de un pescado que se derrite en la boca, con un trozo de patata, crujiente tempura y salsas. Mezcla de texturas indescriptible.
- «Hot Smoked Hand-dived Scottish Scallops with creamy citrus ponzu, coconut- kaffir lime reduction«. Una vieira ahumada en su concha con los puntos justos de salsa ácida para sorprender a tu paladar.
- «Ramen of Foie Gras & BBQ’d Guinea Fowl with black trompette mushrooms«. Tan suntuoso y tremendamente sabroso, que me podría comer diez platos seguidos con lo mismo.
- «Korean Lasagna XO Style aged Galician beef, shiitake, hot &sour tomato sauce cardamom béchamel«. Una presentación impactante deja paso a un sabor muy tradicional.
Cuatro platos contundentes, no salgo con hambre. Es más, salgo bastante satisfecha y extasiada por lo vivido, con la explosión de sabores en la boca y con la sensación de haber probado algo excepcional. Creo que hasta este momento no he sabido lo que es comer bien. El menú, sin postre, una botella de agua, el cocktail y un service fee, por 48 euros. Bien vale cada céntimo (o penique).
Me quedo por el barrio a dar una vuelta. Tomo un café en el diminuto local Taylor St Barista (3 euros). Me había jurado hace tiempo no volver a pisar Oxford Street, odio esta calle, pero no puedo evitar entrar en Selfridges a curiosear un poco, ya tienen lo de navidad, y comprar alguna cosilla. Sigo paseando por Marylebone, los pubs están abarrotados, en esta ciudad se come y se bebe a todas horas. Para volver al hotel, cojo el bus en Cavendish Square, el número 25, mi favorito. Tengo suerte y encuentro un asiento en el piso de arriba en la primera fila, me dispongo pues a recorrer Londres, en una de las rutas más bonitas, desde una situación privilegiada.
Estoy un rato en el hotel, y ya para cenar vuelvo a mi lugar fetiche, Pizza East, en pleno Shoreditch. El ambiente de este sitio es una pasada. Da igual la hora y el día, siempre está lleno y animado y siempre sales satisfecho. Han cambiado algo la carta, esta vez pido un plato de berenjenas asadas con ricotta y tomillo tostado y la habitual (no me canso, ahora siempre la hago en casa) ensalada de rúcula, hinojo, piñones tostados y parmesano. Eso y una limonada casera por 28 euros. Al salir vuelvo caminando al hotel y aprovecho para hacer más fotos nocturnas de los rascacielos y sus luces.
Sábado:
Hoy sí que necesito un café en condiciones y no de la máquina del hotel. Desayuno pues en Exmouth Coffee, un café y un croque-monsieur de jamón y queso por 7 euros. Ya conocía este lugar de la vez que estuve en el Qbic Hotel. El mostrador lleno de delicias caseras es muy fotografiable.
Vuelvo a Spitalfields Market, porque hoy sí o sí tengo que comprar los encargos. Después cojo un autobús, el 47, que me lleva, atravesando London Bridge, hasta el barrio de Bermondsey, donde en los arcos bajo las vías del tren empieza otra famosa ruta gastronómica del sureste de la ciudad. Comienzo en el Spa Terminus con una serie de pequeños productores de quesos, vinos, frutas,.. que venden su mercancía en un par de esos almacenes. Poco cosa, me esperaba algo más grande. A sólo unos pasos empieza el Ropewalk en el Maltby Street Market. La mezcla de aromas de comidas del mundo inunda el pequeño callejón, estrecho y corto pero lleno de puestos y mesas para sentarse. Imposible decidirse por algo, mexicano, vietnamita, italiano, africano, waffles, salchichas, Scottish eggs, un oyster and wine bar,… Finalmente mis ojos se van a unos sandwiches de grilled cheese que están prensando con unas planchas de mano, The Cheese Truck. Me pido uno de cheddar y cebolla, una delicia indescriptible. Me tomo después un café en Craft Coffee. Todo por 10 euros. En un extremo del callejón está Lassco, una espectacular tienda de muebles antiguos y cerámicas.
Nada más terminar el Ropewalk, cruzas por el túnel debajo de las vías, y accedes en un par de minutos al Shad Thames. Se trata de una coqueta calle paralela al río por donde cruzan varias pasarelas de hierro de lado a lado de las paredes de ladrillo. Grandes naves y almacenes de pasado colonial hoy reconvertidos en apartamentos de lujo, Butler’s Wharf, New Concordia Wharf, Java Wharf, China Wharf, Spicy Wharf… Impresiona ver un trozo de Támesis meterse en el pequeño canal, empantanado por la marea baja. Un lugar con mucho encanto.
Continuo el paseo por debajo del Tower Bridge, pasando por el Ayuntamiento, está abarrotado de gente, no me extraña con el buen tiempo que hace… Y entonces puedes elegir, o llegar hasta el Borough Market o subir a ver las vistas a The Shard. Cometo el error de decidirme primero por el rascacielos y después apenas me queda tiempo para el mercado, que cierra a las cinco.
The Shard es caro, son 36 euros en taquilla. Se puede comprar la entrada anticipada y sale algo más barato, pero es una decisión improvisada dado el fantástico día que hace. También se puede ir a uno de los bares y restaurantes y sólo tomar algo, pero te quedas en la planta treinta y pico y no llegas a las setenta dos, que es la última, abierta al aire en la punta. Las vistas son de 360 grados, desde allí se ve el ajetreo de gente que abarrota el mercado, los coches y autobuses rojos cruzando los puentes, las colas para entrar a la Torre de Londres, tienes enfrente el Sky Garden y el resto de la city, y llegas a ver incluso el Big Ben, la London Eye, y el Parlamento. Muy espectacular.
En cuanto bajas, al final de la calle ya te topas con el Borough Market. He estado varias veces pero siempre me apasiona la energía que desprende. El mercado huele a quesos, a pescados y mariscos, a pan recién hecho, a flores y frutas,… se ha vuelto quizás demasiado turístico, pero mantiene todo su encanto, el tren chirría al pasar por encima, la casa de Bridget Jones embutida en el centro, los pubs y cafés a rebosar de gente, los tenderos van cerrando sus puestos gritando las ofertas de última hora. Un caos, pero encantador.
Como ya están cerrando y aún quedan un par de horas de luz, desde allí decido coger un bus, el 48, que me lleva el Regent’s Canal a la altura del Victoria Park. Quedé tan maravillada con las caminatas que nos pegamos el año pasado por el canal, que me quedé con ganas de explorar más tramos. En esta ocasión camino en dirección sudeste, bordeando el parque y llegando el ecológico parque Mile End.
Desde allí cojo el metro de nuevo al hotel (de Mile End a Aldgate East). Ceno una ensalada de aguacate, guisantes, granada, arroz y falafel de boniato (5 euros) en Pret a Manger.
Domingo:
Me levanto tarde y voy a comprar en el Black Sheep Coffee, un puesto justo en la salida del metro de Aldgate, un café y un bollo para llevar. Me lo llevo al hotel y hago la maleta. Salgo de camino a Liverpool Street para tomar el tren de vuelta al aeropuerto atravesando el Petticoat Lane Market. Una vez en Stansted, no puedo no comer en mi querido Leon, siempre lo dejo para el aeropuerto, una caja de albóndigas marroquíes por 8 euros
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